ROBUSTIANO MANSILLA: “EL CAMPO ES MI VIDA”
- Carmen Cantos
- 16 dic 2017
- 2 Min. de lectura

Foto: Carmen Cantos
Robustiano Mansilla nació en 1933 y, como es lógico, lleva muchos años jubilado. A sus 84 años, recuerda un pasado repleto de muchas emociones y vivencias, muchas de ellas ligadas al mundo agrario. Ni siquiera recuerda el día que comenzó a trabajar en el campo; tanto sus padres, Diego y Estefanía, como sus abuelos, también eran agricultores. “Era demasiado joven”, dice Robustiano, con una voz que refleja añoranza. “Antes no íbamos a la escuela la mayoría de las veces. Éramos una familia humilde y el trabajo era lo más importante si querías comer todos los días”.
Robustiano tenía 17 años, cuando su madre murió repentinamente de un ataque de asma mientras amasaba pan. Por ello, sus obligaciones aumentaron. Recuerda que la vendimia de esa época se hacía mucho después, “porque antes no había cambio climático”, indica. Pasaron los años y conoció a Carmen Molina, también del pueblo. “Cuando me casé no me fui a vivir con mi tío, ya que antes eso era lo normal y casi nadie podía independizarse”.
Con su mujer tuvo dos hijos y para poder alimentarles, tuvieron que trabajar en la vendimia francesa. “Un año tuve que quedarme en el pueblo porque me contagié de una enfermedad y mi mujer tuvo que irse a Francia para poder comprar una mula de 3.000 pesetas”, señala el hombre. En el país vecino, sus jefes los trataban muy bien y nunca les faltaron el respeto. Las jornadas eran largas, pero ellos sabían que era necesario para poder seguir adelante. “En la frontera, los agentes, de vez en cuando, se burlaban de nosotros, pero nunca nos llegaron a agredir físicamente”. Robustiano y su mujer recuerdan con felicidad su pasado: “No teníamos mucho que llevarnos a la boca, pero éramos muy felices. Todos hemos trabajado duramente en el campo, pero lo hacíamos con alegría; hablábamos, cantábamos y nunca nos peleamos”.
Después de 27 años en la vendimia de Francia, su situación económica comenzó a optimizarse y dejaron de emigrar cada año. “Heredé unas tierras de mis suegros y mi tío, por lo que ya no necesitaba irme; además, mis hijos ya estaban independizados”.
Actualmente, vive felizmente con su mujer y, pese a estar jubilado, le gusta el campo. Sabe que ya no tiene edad para trabajar como antes, pero se siente libre en el campo y todos los días se levanta temprano para regar sus fincas y demás. “Mi fuerza no es la de antes, pero no quiero dejar de tener mis fincas. Ahora todo lo que gano de producción, se lo tengo que pagar a los jornaleros, pero no me importa. El campo es mi vida”. Él sabe más que nadie sobre sus viñas y tal y como cuenta su hija Estefanía, “Nos ha enseñado muchísimas técnicas de la vid, el olivo y el almendro. De hecho, tiene su propia técnica de poda”, afirma mientras se ríe. Robustiano acaba la entrevista contundente: “El día que no pueda respirar el aire puro del campo, moriré”.
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